Vivir el duelo no es fácil. Por muy preparados que estemos para afrontar la muerte de un ser querido, su ausencia deja una huella profunda, un vacío inmenso en nuestro corazón que puede llegar a trastocar nuestra vida. Y cuando la muerte es repentina, traumática o trágica, el duelo aún puede ser mucho más difícil de transitar.
Cada duelo es diferente y distinto. No hay dos iguales. Si queremos ayudar a personas que están pasando por este proceso, lo haremos siempre desde el amor, el respeto, la comprensión, la empatía, la escucha sincera, la observación, el silencio y atendiendo a sus necesidades. Estas pueden ser tanto físicas, mentales, emocionales, espirituales, como prácticas, del día a día.
La mejor manera de poder ayudarles es preguntarles qué necesitan. Y si no pueden respondernos, estaremos atentos a sus necesidades y así poder ayudarles en aquello que necesitan. Es posible que quieran permanecer en silencio, en soledad, retirarse por un tiempo de la vida cotidiana; o por el contrario, deseen hablar de lo ocurrido, de sus vivencias.
Nuestras experiencias pueden ayudarnos a empatizar, a comprender, a sentirnos cerca de su dolor. Sin embargo, el dolor, es único e individual. Aunque hayamos vivido la misma pérdida que la persona a la que estamos acompañando, la manera de sentirlo puede ser completamente diferente.
A veces por querer ayudar, damos por sentado que nuestras necesidades son las suyas. Y no tiene porqué ser así. La escucha sincera y la empatía, son herramientas que van a facilitar el acompañamiento. Una vez más, es mejor preguntar cómo podemos ayudarles. Tal vez, pidan ser abrazados, acariciados; que salgamos a pasear con ellos, que les escuchemos cuando quieren hablar del ser que ha fallecido, de sus recuerdos; o puede que necesiten que saquemos a pasear a sus perros, que les hagamos la compra. Es importante que sepan que que estamos junto a ellos.
Acompañamos desde el amor, desde el respeto. No comparamos, no juzgamos, no criticamos. Cuando muere un ser querido, el mundo cambia por completo en un segundo. La vida se detiene, va a otra velocidad. Se necesita tiempo para asumir, aceptar e integrar todo lo que ha sucedido. Este proceso, tiene su ritmo; y también es personal. En ocasiones es más lento; en cambio, en otras, va más rápido.
El duelo no es un camino recto. Tiene curvas, recovecos, cambios de sentido, giros, subidas y bajadas. Es una montaña rusa de emociones y sentimientos donde la tristeza, el dolor, puede mezclarse con la culpa, la rabia, e incluso se pueden experimentar momentos de alegría o risas. Todo ello, en segundos, minutos, horas. Es cierto que con el paso del tiempo, el dolor se apacigua, aunque no desaparece. Se convive con él y un día, inesperadamente, aparece con toda su fuerza y crudeza, arrasándonos por dentro, dejándonos devastados. Aunque pasado un tiempo, volveremos a convivir nuevamente con él.
Tanto si estamos atravesando el duelo como acompañando a quién está transitando por este proceso, es importante recordar que debemos cuidarnos y mimarnos. Aceptarnos tal y como somos, con nuestra vulnerabilidad y nuestra fortaleza. La paciencia y el amor se van a ser nuestros mejores aliados en estos momentos tan difíciles.