Reyes me ha pedido que escriba sobre un tema delicado, pero por el que todos vamos a pasar antes o después. Se trata de: «¿qué se siente al morir, si cuando dejamos de respirar duele?«.
Asusta la idea de la muerte, por muchas razones, si sufriremos, si dolerá, qué hay después si es que hay algo, cómo lo vivirá mi familia…
En cuanto a la pregunta de Reyes, morir no duele, entendiendo morir como ese instante en el que se exhala el último aliento, el momento en el que el alma abandona el cuerpo definitivamente sin vuelta atrás. En ese instante se produce una liberación de todo lo vivido, y se perciben ya los acontecimientos desde la perspectiva del «otro lado». Ya no somos materia, somos energía y volvemos al universo de donde procedemos, a la fuente de Amor Incondicional. El proceso por el que se pasa hasta llegar a ese último momento, la manera de morir, es lo que puede resultar más o menos doloroso, más o menos traumático, más o menos placentero.
En el proceso de la desconexión, a veces cuesta desligarse de los apegos, de lo material, de la familia, de las cosas, y también de la propia la vida, dado nuestro instinto innato de supervivencia. Podemos atravesar por momentos duros al ver cómo ha sido nuestra vida y cómo la hemos vivido. A mayor apego, más dolor.
En algunos casos, los órganos y funciones de nuestro cuerpo se van apagando poco a poco, no sintiendo dolor. Es posible que las personas que estén a nuestro alrededor si perciban que nos movemos, que estamos íncomodos, pero nosotros no lo sentimos. Lo mismo pasa con los estertores. Escucharlos puede causar angustia y dolor porque sentimos el ahogo de la persona. Pero quién está partiendo, no sufre.
Mientras el cuerpo se va «desconectando» el alma, el yo interior, la conciencia, va tomando más fuerza y dirige el proceso. Podemos estar yendo y viniendo, es decir, estar conscientes y hablar con los que nos rodean, o estar en silencio, y aparentemente dormidos. Este tiempo es parte de la desconexión, pues nos permite ir poniendo en orden los acontecimientos de nuestra vida, ir soltando ataduras. Cada persona es un mundo y tiene su ritmo. Es importante, respetar estos momentos de silencio, de recogimiento. Podemos seguir junto a ellos, acompañando, aunque parezca que no nos sienten, saben que estamos a su lado, perciben nuestro amor y nuestro cariño.
En el caso de una muerte súbita y repentina, un accidente, un infarto, etc., este proceso es prácticamente instantáneo. Cuando a lo largo de mi experiencia profesional, me han pedido conectar con seres que habían muerto de manera trágica o repentina, me ha sorprendido descubrir que no recordaban haber sufrido, ni daban importancia a la manera en que murieron.
Es importante recordar que al morir nunca estamos ni estaremos solos y que siempre somos guiados durante todo este proceso, muramos rodeados de nuestra familia, de sanitarios o solos. Estamos acompañados de seres amorosos, a veces por familiares ya fallecidos; otras veces por Guías.
Es posible que hayáis estado acompañando a un amigo o familiar, y haya contado que está hablando con su madre, con un hermano, con un tío que murieron hace muchos años. No es un delirio, ni una invención. Es real.
Cuando estamos acompañando, ya sea presencialmente o desde la distancia, a un ser que se está muriendo es importante darle permiso para marcharse. Lo haremos desde el corazón, desde al amor. Si estamos a su lado y podemos acercarnos, le hablaremos al oído. Si por varios motivos no podemos estar junto a él, conectaremos desde la distancia y le hablaremos como si estuviera a nuestro lado. Sentirá nuestra energía y le llegará nuestro amor.
Podéis emplear vuestras palabras, las que salgan de vuestro corazón. Decirle lo mucho que le queréis, que le amáis, que estará siempre con vosotros, que estaréis bien a pesar del dolor y vacío que sintáis tras su marcha, que le deseáis un feliz viaje, que es libre para volar y regresar a casa. Darle permiso, acompañarle en este momento con dulzura y cariño, hará que se marche en paz, en calma y rodeado de amor.
Somos Luz y amor y volvemos a Luz.