A lo largo de la vida vivimos muchos duelos, ya sea por rupturas amorosas, cambios de trabajo, de ciudad, de amistades; y por supuesto, el duelo por la muerte de un ser querido.
Nada es igual tras la pérdida de un ser querido. Todo cambia. La muerte marca y rompe por dentro. Experimentar un duelo más «suave» o más «difícil» va a depender de varios factores, entre ellos: de nuestra personalidad y carácter, de nuestro apego, de nuestro nivel de estrés y ansiedad, de nuestras creencias, de nuestra espiritualidad, …
El proceso del duelo, carece de tiempo. Podemos experimentar altibajos,. A veces será más llevadero; otras, en cambio, será más duro. Podemos vivir muchas emociones y sentimientos encontrados, desde la rabia, la culpa, la ansiedad, la tristeza, el dolor, la alegría, la paz, la calma. Incluso es posible, vivir estas fases a lo largo de un mismo día o tiempo.
Es posible, que sintamos culpa y que nos preguntemos «y si…». «Y si le hubiera dicho esto, y si hubiera llegado antes, y si …..» Podemos encontrar un «y si» para cualquier momento o circunstancia que vivimos. Tenemos que tener cuidado con estos «y si». No podemos cambiar lo que hicimos y dijimos, o lo que no expresamos. No podemos controlar aquello que no está a nuestro alcance. Es bueno recordar que todas las palabras que dijimos o no expresamos, todas las acciones que tomamos o no en ese momento, fueron las mejores en ese instante y en esa situación.
El dolor por la pérdida de un ser querido, el vacío que se siente, no es reemplazado por nada ni por nadie. Deja una cicatriz profunda que con el tiempo se suaviza, y cuando menos lo esperamos, puede volver a aparecer con toda su crudeza e intensidad.
El duelo, nos lleva de la mano a lo más profundo, a lo más hondo de nosotros. Nos encara con los miedos, las sombras, las dudas, el vacío. Sin embargo, el duelo, también da alas. Nos acompaña en un proceso de crecimiento interior, ayuda a valorar lo que somos y tenemos en la vida. Es un proceso que impulsa el renacer interior. No, no es fácil. No es rápido. Pero ayuda a conectar con quienes somos, con nuestra alma.
Si estás viviendo por un proceso de duelo, sé paciente, compasivo y respetuoso contigo mismo, ámate, quiérete, mímate, dedícate tiempo. No tengas prisa, no corras. No temas expresar lo que sientes. rodéate de personas de tu confianza y que te apoyen en todo momento. Permítete ser siempre tú.